lunes, 30 de marzo de 2009

Las 12 princesas bailarinas

 



“Las 12 Princesa Bailarinas.”


      Había una vez un rey que tenia 12 preciosas hijas. Dormían todas en una habitación y cuando iban a la cama dormían en un habitación con 12 camas se cerraba con llave las puertas y las cerraduras. Sin embargo, cada mañana sus zapatos eran encontrados desgastados, como si hubieran sido usados para bailar durante toda la noche. Nadie adivinaba como sucedía esto, o en donde habían estado las princesas.


      Así que el Rey hizo saber a todo el pueblo que si alguien era capaz de descubrir el secreto y encontrar donde era donde bailaban las princesas, él podría escoger a la que más le gustase para ser su esposa, y convertirse en rey después de su muerte. Pero aquel que lo intenta y no obtuviera éxito, después de 3 días con sus respectivas noches, seria  asesinado.


     Pronto llegó el príncipe. Estaba bien enterado, y  por la tarde fue llevado a la habitación próxima en donde las 12 princesas dormían en sus doce camas. Allí se sentó y observó donde iban a bailar; y  para que no sucediera nada sin que él se diera cuenta dejo la puerta de su habitación entreabierta. Pero pronto el hijo del Rey se quedó dormido; cuando despertó la mañana siguiente encontró que las princesas habían estado bailando toda la noche, ya que las suelas de sus zapatos estaban gastadas.


      Lo mismo sucedió la segunda y tercera noche, así que el Rey ordenó que le cortaran la cabeza. Tras él lo intentaron otros, pero todos corrieron la misma suerte, y perdieron la vida de la misma manera.


      Así pues sucedió que un viejo soldado, que había sido herido en combate y no podía luchar, llegó en donde este Rey gobernaba, y mientras caminaba por el bosque, conoció a una anciana mujer, que le preguntó a donde iba.


      “Difícilmente se donde voy, o que voy a hacer”, dijo el soldado; “Pero creo que me gustaría encontrar donde está ese lugar en donde bailan las princesas, y entonces convertirme en Rey”. “Bien dijo la anciana, “Esto no es ardua tarea: solo ten cuidado con no beber del vino que una de las princesas te llevará esta tarde; y tan pronto como se vaya hazte rápidamente el dormido”.


      Entonces ella le dio una capa, y dijo, “Tan pronto como te la pongas serás invisible y podrás seguir a las princesas a cualquiera que sea su destino”. Cuando el soldado escuchó estos buenos consejos, estuvo convencido de probar suerte, así que se presento ante el rey, y le contó sus deseos de llevar a cabo el trabajo.


      El fue tan bien recibido como los demás lo fueron, así que el rey ordenó que le fueran dadas hermosas ropas;  y cuando la noche llegó él soldado fue llevado a la habitación.

      Mientras se estaba tendiendo, la mayor de las princesas le llevó una copa de vino; pero el soldado la lanzó de forma disimulada,  para evitar no beber ni un solo trago. Así que se acostó en la cama, y al poco empezó a roncar muy alto para parecer que estaba dormido.


      Cuando las 12 princesas escucharon esto rieron; y la mayor dijo, “Compañero podrías haber hecho algo más inteligente que perder tu vida de esta manera”


      Entonces se levantaron y abrieron sus cajones y cajas, y cogieron todas sus ropas de gala, y se vistieron ante el espejo,


      Pero la más joven dijo, “No se porque, pero mientras tú estas feliz yo estoy incomoda; estoy segura de que la mala suerte nos acecha”.


      “Calla tonta”, dijo la mayor,”siempre tienes miedo; ¿Acaso has olvidado cuantos lo han intentado en vano? Y por lo que respecta a este soldado, aunque no le hubiera dado su trago para dormir, no hubiera estado durmiendo de esa manera”.


      Cuando todas estuvieron preparadas, fueron y miraron al soldado; este roncaba, y ni siquiera movía una mano o un pie: pensaron que estaban a salvo.


      Así que la mayor subió a su propia  cama y dio palmadas, la cama se hundió hasta el suelo y una trampilla apareció. El soldado vio como iban por la trampilla una tras otra, la mayor iba delante; y pensando que no tenia nada que perder saltó de la cama, y se puso la capa, que le dio la anciana mujer, y las siguió.


      Sin embargo, en la mitad de la escalera pisó el vestido de la princesa más joven, y esta dijo gritando a sus hermanas. “Algo no va bien; alguien me ha pisado mi vestido”.  “!Calla ignorante!” dijo la mayor, “Será un clavo en la pared”. Todas fueron abajo, y en el fondo se encontraron en una arboleda, las hojas eran de plata,  brillaban y destellaban vivamente. El soldado deseoso cogió alguna prueba, así que rompió un trocito de rama, haciendo un poco de ruido. La hermana más joven repitió de nuevo, “Estoy segura de de que algo no va bien- ¿Acaso no has escuchado ese ruido? Esto no había pasado nunca antes.


      Pero la mayor dijo “Son solo nuestros príncipes, que están gritando de alegría mientras nos acercamos”. Así que llegaron a otra arboleda, en donde las hojas eran de oro, y más tarde a una tercera, en donde las hojas eran brillantes diamantes. El soldado rompió una rama de cada una de ellos; y todas las veces hacía un poco de ruido, lo que le produjo a la más joven temblar de miedo. Pero la mayor continuaba diciendo que eran los príncipes gritando de alegría.


      Ellas llegaron hasta un lago,  en la orilla había doce barcas con 12 guapos príncipes, quienes, al parecer, estaban esperando a las princesas. Cada una se subió a una barca, y el soldado subió en la que había subido la más joven. Mientras remaban por el lago, el, príncipe que iba con la princesa más joven y el soldado dijo “No se que pasa, estoy remando con todas mis fuerzas y no vamos tan rápido como de costumbre, empiezo a estar cansado: la barca parece hoy muy pesada”.


      “Es solo que hace calor”, dijo la princesa “Yo también tengo calor”. Al otro lado del lago se levantaba un iluminado y bonito castillo del que procedía una melodía animada de trompetas y trompas. Entonces todos desembarcaron, y se dirigieron al castillo, y cada príncipe bailó con su princesa; y el soldado que continuaba siendo invisible, también bailó con ellos. Cuando una de las princesas pedía una copa de vino, el se la bebía, así que cuando ellas se ponían la copa a la boca esta estaba vacía. En esto, también, la hermana más joven estaba terriblemente asustada pero la mayor siempre la mandaba callar.


      Ellas estuvieron bailando hasta las 3 de la mañana, por esto todos sus zapatos se gastaron, así que se vieron obligadas a marcharse. Los príncipes remaron otra vez  (pero esta vez el soldado subió a la barca de la hermana mayor); así que dejaron a cada una en la orilla contraria, y las princesas prometieron volver la noche siguiente.


      Cuando llegaron a las escaleras el soldado corrió delante de ellas, y se tumbó. Y mientras entraban las 12 cansadas princesas llegaron muy despacio, escucharon como roncaba en su cama y dijeron, “Toda está en orden”. Así que se desvistieron, guardaron su ropa de gala, tiraron sus zapatos, y se fueron a dormir.


      Por la mañana el soldado no dijo nada sobre lo que había pasado, pero decidió investigar más esta extraña aventura, y fue también la segunda y la tercera noche. Todo sucedió como antes: las princesas bailaron hasta que sus zapatos se convertían en pedazos, y entonces ellas volvían a casa. En la tercera noche el soldado se llevó una copa dorada como señal de donde habían estado.


      Tan pronto como llegó la hora de declarar él fue llevado ante el rey con las tres ramas y la copa dorada; y las 12 princesas escuchando tras la puerta para escuchar que es lo que iba a decir.


      El rey le preguntó. “¿Dónde bailan mis 12 hijas por la noche”?. El soldado respondió, “Con doce príncipes en un castillo subterráneo”, entonces le dijo todo lo que pasó, y le mostró las 3 ramas y la copa dorada que llevaba consigo. El Rey llamó a las princesas, y les preguntó que si lo que decía el soldado era verdad y cuando vieron que habían sido descubiertas, y que era inútil negar lo que había pasado, confesaron todo. Así que el Rey preguntó al soldado a cual de las princesas quería escoger como esposa; y el respondió, “No soy muy joven así que escojo a la mayor”- y ese mismo día se casaron, y el soldado fue escogido para ser el heredero del Rey.

jueves, 26 de marzo de 2009

Inspiración



 

Oculto deseo







 

A LA TELA DE JUSTAR DE MADRID

—Téngoos, señora tela, gran mancilla.
—Dios la tenga de vos, señor soldado.
—¿Cómo estáis acá afuera? —Hoy me han echado,
Por vagabunda, fuera de la Villa.

—¿Dónde están los galanes de Castilla?
—¿Dónde pueden estar, sino en el Prado?
—¿Muchas lanzas habrán en vos quebrado?
—Más respecto me tienen: ¡ni una astilla!

—Pues ¿qué hacéis ahí? —Lo que esa puente,
Puente de anillo, tela de cedazo:
Desear hombres, como ríos ella,

Hombres de duro pecho y fuerte brazo.
—Adiós, tela, que sois muy maldiciente,
Y ésas no son palabras de doncella.








Luis de Góngora y Argote, 1588

miércoles, 25 de marzo de 2009

Vencida por el tiempo



Descuido del divertido vivir.


Fº de Quevedo


Vivir es caminar breve jornada

y muerte viva es, Lico, nuestra vida,

ayer al frágil cuerpo amanecida,

cada instante en el cuerpo sepultada.

Nada que, siendo, es poco, y será nada

en poco tiempo que ambiciosa olvida;

pues de la vanidad mal persuadida

anhela duración, tierra animada.


Llevada de engañoso pensamiento

y de esperanza burladora y ciega

tropezará en el mismo monumento.


Como el que divertido el mar navega

y sin moverse vuela con el viento

y antes que piense en acercarse llega.

martes, 24 de marzo de 2009

En proceso creativo



 

LA CREACION
POEMA INDIO
G. A. BECQUER


I
Los aéreos picos del Himalaya se coronan de nieblas oscuras en cuyo seno hierve el rayo, y sobre
las llanuras que se extienden a sus pies flotan nubes de ópalo que derraman sobre las flores un
rocío de perlas.
Sobre la onda pura del Ganges se mece la simbólica flor del loto, y en la ribera aguarda su víctima
el cocodrilo, verde como las hojas de las plantas acuáticas que lo esconden a los ojos del viajero.
En las selvas del Indostán hay árboles gigantescos, cuyas ramas ofrecen un pabellón al cansado
peregrino, y otros cuya sombra letal lo llevan desde el sueño a la muerte.
El amor es un caos de luz y de tinieblas; la mujer, una amalgama de perjurios y ternura; el hombre,
un abismo de grandeza y pequeñez; la vida, en fin, puede compararse a una larga cadena con
eslabones de hierro y de oro.
II
El mundo es un absurdo animado que rueda en el vacío para asombro de sus habitantes.
No busquéis su explicación en los Vedas, testimonios de las locuras de nuestros mayores, ni en los Puranas, donde, vestidos con las deslumbradoras galas de la poesía, se acumulan disparates sobre disparates acerca de su origen.
Oíd la historia de la creación tal como fue revelada a un piadoso brahmín, después de pasar tres
meses en ayunas, inmóvil en la contemplación de sí mismo y con los índices levantados hacia el
firmamento.
III
Brahma es el punto de la circunferencia: de él parte y a él converge todo. No tuvo principio ni
tendrá fin.
Cuando no existían ni el espacio ni el tiempo, Maya flotaba a su alrededor como una niebla
confusa pues, absorto en la contemplación de sí mismo, aún no la había fecundado con sus deseos.
Como todo cansa, Brahma se cansó de contemplarse, y levantó los ojos en una de sus cuatro caras
y se encontró consigo mismo, y abrió airado los de otra y tornó a verse, porque él lo ocupaba todo, y todo era él.
La mujer hermosa, cuando pule el acero y contempla su imagen, se deleita en sí misma: pero al
cabo busca otros ojos donde fijar los suyos, y si no los encuentra, se aburre.
Brahma no es vano como la mujer, porque es perfecto. Figuraos si se aburriría de hallarse solo,
solo en medio de la eternidad y con cuatro pares de ojos para verse.
IV
Brahma deseó por primera vez y su deseo, fecundando la creadora Maya que lo envolvía, hizo
brotar de su seno millones de puntos de luz, semejantes a esos átomos microscópicos y encendidos que nadan en el rayo del sol que penetra por entre la copa de los árboles.
Aquel polvo de oro llenó el vacío, y al agitarse produjo miríadas de seres, destinados a entonar
himnos de gloria a su creador.
Los gandharvas, o cantores celestes, con sus rostros hermosísimos, sus alas de mil colores, sus
carcajadas sonoras y sus juegos infantiles, arrancaron a Brahma la primera sonrisa, y de ella brotó el Edén. El Edén con sus ocho círculos, las tortugas y los elefantes que los sostienen, y su
santuario en la cúspide.
V
Los chiquillos fueron siempre chiquillos: bulliciosos, traviesos e incorregibles, comienzan por
hacer gracia; una hora después aturden y concluyen por fastidiar. Una cosa muy parecida debió de acontecerle a Brahma cuando, apeándose del gigantesco cisne que como un corcel de nieve lo
paseaba por el cielo, dejó aquella turbamulta de gandharvas en los círculos inferiores y se retiró al fondo de su santuario.
Allí donde no llega ni un eco perdido, ni se percibe el rumor más leve, donde reina el augusto
silencio de la soledad y su profunda calma convida a las meditaciones, Brahma, buscando una
distracción con que matar su eterno fastidio, después de cerrar la puerta con dos vueltas de llave, entregóse a la alquimia.
VI
Los sabios de la tierra, que pasan su vida encorvados sobre antiguos pergaminos, que se rodean de
mil objetos misteriosos y conocen las extrañas propiedades de las piedras preciosas, los metales y
las palabras cabalísticas, hacen, por medio de esta ciencia, transformaciones increíbles. El carbón
lo convierten en diamante, la arcilla en oro; descomponen el agua y el aire, analizan la llama y
arrancan al fuego el secreto de la vitalidad y la luz.
Si todo esto consigue un mortal miserable con el reflejo de su saber, figuraos por un instante lo que haría Brahma, que es el principio de toda ciencia. De un golpe creó los cuatro elementos y creó
también a sus guardianes: Agnis, que es el espíritu de las llamas; Vajous, que aúlla montado en el
huracán; Varunas, que se revuelve en los abismos del océano, y Prithivi, que conoce todas las
cavernas subterráneas de los mundos y vive en el seno de la creación.
Después encerró en redomas transparentes y de una materia nunca vista gérmenes de cosas
inmateriales e intangibles, pasiones, deseos, facultades, virtudes, principios de dolor y de gozo, de
muerte y de vida, de bien y de mal. Y todo lo subdividió en especies y lo clasificó con diligencia
exquisita, poniéndole un rótulo escrito a cada una de las redomas.
VIII
La turba de rapaces, que ensordecía en tanto con sus voces y sus ruidosos juegos los círculos
inferiores del Paraíso, echó de ver la falta de su señor. «¿Dónde estará?», exclamaban los unos.
«¿Qué hará?», decían entre sí los otros; y no eran parte a disminuir el afán de los curiosos las
columnas de negro humo que veían salir en espirales inmensas del laboratorio de Brahma, ni los
globos de fuego que desde el mismo punto se lanzaban volteando al vacío, y allí giraban como en
una ronda luminosa y magnífica.
La imaginación de los muchachos es un corcel y la curiosidad, la espuela que lo aguijonea y lo
arrastra a través de los proyectos más imposibles. Movidos por ella, los microscópicos cantores
comenzaron a trepar por las piernas de los elefantes que sustentan los círculos del cielo, y de uno
en otro se encaramaron hasta el misterioso recinto donde Brahma permanecía aún absorto en sus
especulaciones científicas. Una vez en la cúspide, los más atrevidos se agruparon alrededor de la
puerta, y uno por el ojo de la llave y otros por entre las rendijas y claros de los mal unidos tableros, penetraron con la mirada en el inmenso laboratorio objeto de su curiosidad.
El espectáculo que se ofreció a sus ojos no pudo menos de sorprenderles.
Allí había diseminadas, sin orden ni concierto, vasijas y redomas colosales de todas hechuras y
colores. Esqueletos de mundos, embriones de astros y fragmentos de lunas yacían confundidos con
hombres a medio modelar, proyectos de animales monstruosos sin concluir, pergaminos oscuros,
libros en folio e instrumentos extraños. Las paredes estaban llenas de figuras geométricas, signos
cabalísticos y fórmulas mágicas, y en medio del aposento, en una gigantesca marmita colocada
sobre una lumbre inextinguible, hervían con un ruido sordo mil y mil ingredientes sin nombre, de
cuya sabia combinación habían de resultar las creaciones perfectas.
XI
Brahma, a quien apenas bastaban sus ocho brazos y sus dieciséis manos para tapar y destapar
vasijas, agitar líquidos y remover mixturas, tomaba algunas veces un gran canuto, a manera de
cerbatana, y así como los chiquillos hacen pompas de jabón valiéndose de las cañas del trigo seco,
lo sumergía en el licor, se inclinaba después sobre los abismos del cielo y soplando en la una
punta, aparecía en la otra un globo candente que, al lanzarse, comenzaba a girar sobre sí mismo y
al compás de los otros que ya flotaban en el espacio.
XII
Inclinado sobre el abismo sin fondo, el creador les seguía con una mirada satisfecha, y aquellos
mundos luminosos y perfectos, poblados de seres felices y hermosísimos sobre toda ponderación,
que son esos astros que, semejantes a los soles, vemos aún en las noches serenas, entonaban un
himno de alegría a su dios, girando sobre sus ejes de diamante y oro con una cadencia majestuosa
y solemne.
Los pequeñuelos gandharvas, sin atreverse ni aun a respirar, se miraban espantados entre sí, llenos de estupor y miedo ante aquel espectáculo grandioso.
XIII
Cansóse Brahma de hacer experimentos y, abandonando el laboratorio no sin haberle echado, al
salir, la llave, y guardándola en el bolsillo, tornó a montar sobre su cisne con objeto de tomar el
aire. Pero, ¡cuál no sería su preocupación cuando él, que todo lo ve y todo lo sabe, no advirtió que,
abstraído en sus ideas, había echado la llave en falso! No le pasó lo mismo a la inquieta turba de
rapaces que advirtiendo el descuido, le siguieron a larga distancia con la vista y, cuando se
creyeron solos, uno empuja poquito a poco la puerta, éste asoma la cabeza, aquél adelanta un pie,
acabaron por invadir el laboratorio, tardando muy poco en encontrarse en él como en su casa.
XIV
Pintar la escena que entonces se verificó en aquel recinto sería imposible.
Primeramente examinaron todos los objetos con el mayor asombro; luego se atrevieron a tocarlos,
y al fin terminaron por no dejar títere con cabeza. Echaron pergaminos en la lumbre para que
sirvieran de pasto a las llamas; destaparon las redomas, no sin quebrar algunas; removieron las
vasijas, derramando su contenido, y después de oler, probar y revolverlo todo, los unos se colgaron
de los soles y estrellas aún no concluidos y pendientes de las bóvedas para secarse; los otros se
subían por las osamentas de los gigantescos animales cuyas formas no habían agradado al señor. Y arrancaron las hojas de los libros para hacer mitras de papel, y se colocaron los compases entre las
piernas a guisa de caballo, y rompieron las varas de virtudes misteriosas, alanceándose con ellas.
Por último, cansados de enredar, decidieron hacer un mundo tal y como lo habían visto hacer.
XV
Aquí comenzó el gran bullicio, la confusión y las carcajadas. La marmita estaba candente. Llegó el
uno, vertió un líquido en ella y se levantó una columna de humo. Luego vino otro, arrojó sobre
aquel un elixir misterioso que contenía una redoma, con la que llegó casi sin aliento hasta el borde
del receptáculo: tan grande era la vasija y tan rapazuelo su conductor. A cada nuevo ingrediente
que arrojaban en la marmita se elevaban de su fondo llamaradas azules y rojas, que saludaba la
alegre muchedumbre con gritos de júbilo y risotadas interminables.
XVI
Allí mezclaron y confundieron todos los elementos del bien y del mal, el dolor y la alegría, la
fealdad y la hermosura, la abnegación y el egoísmo, los gérmenes del hielo destinados a mundos
hechos de manera que el frío causase una fruición deleitosa en sus habitadores y los del calor
compuestos para globos cuyos seres se habían de gozar en las llamas, y revolvieron los principios
de la divinidad, el espíritu con la grosera materia, la arcilla y el fango, confundiendo en un mismo
brebaje la impotencia y los deseos, la grandeza y la pequeñez la vida y la muerte.
Aquellos elementos tan contrarios rabiaban al verse juntos en el fondo de la marmita
XVII
Hecha la operación, uno de ellos se arrancó una pluma de las alas, le cortó las barbas con los
dientes y, mojando lo restante en el líquido, fue a inclinarse sobre el abismo sin fondo, y sopló, y
apareció un mundo. Un mundo deforme, raquítico, oscuro, aplastado por los polos, que volteaba de medio ganchete, con montañas de nieve y arenales encendidos, con fuego en las entrañas y
océanos en la superficie, con una humanidad frágil y presuntuosa, con aspiraciones de dios y
flaquezas de barro. El principio de muerte, destruyendo cuanto existe, y el principio de vida, con
conatos de eternidad, reconstruyéndolo con sus mismos despojos: un mundo disparatado, absurdo, inconcebible, nuestro mundo en fin.
Los chiquillos que lo habían formado, al mirarle rodar en el vacío de un modo tan grotesco, le
saludaron con una inmensa carcajada, que resonó en los ocho círculos del Edén.
XVIII
Brahma, al escuchar aquel ruido, volvió en sí y vio cuanto pasaba, y lo comprendió todo. La
indignación llameó en sus pupilas. Su airado acento atronó el cielo y amedrentó a la turba de
muchachos, que huyó sobrecogida y dispersa a puntapiés; y ya tenía levantada la mano sobre
aquella deforme creación para destruirla, ya el solo amago había producido en ella esa gran
catástrofe que aún recordamos con el nombre del Diluvio, cuando uno de los garzdharvas, el más
travieso, pero el más mono, se arrojó a sus plantas, diciendo entre sollozos:
-¡Señor, señor, no nos rompas nuestro juguete!
XIX
Brahma es grave, porque es dios y, sin embargo, tuvo que hacer un grande esfuerzo al oír estas
palabras para no dejar reventar la risa que le retozaba en los ojos. Al cabo, reponiéndose, exclamó:
-¡Id, turba desalmada e incorregible! Marchaos donde no os vea más con vuestra deforme criatura.
Ese mundo no debe, no puede existir, porque en él hasta los átomos pelean con los átomos; pero
marchad, os repito. Mi esperanza es que en poder vuestro no durará mucho.
Dijo Brahma, y los chiquillos, dándose empellones y riéndose descompensadamente y arrojando
gritos descomunales, se lanzaron en pos de nuestro globo, y éste le da por aquí, el otro le hurga por allá... Desde entonces ruedan con él por el cielo para asombro de los otros mundos y desesperación de sus habitantes.
Por fortuna nuestra, Brahma lo dijo y sucederá así. Nada hay más delicado ni más temible que las manos de los chiquillos; en ellas, el juguete no puede durar mucho.

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El Contemporáneo
6 de junio, 1861

martes, 10 de marzo de 2009

Poema japonés


BASHO (1644 - 1694)

Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo.

*****

Un rayo de eternidad
descubro en las hojas
caídas en mi jardín.

viernes, 6 de marzo de 2009

Recuerdo

Palabras que pudieron ser propias hace ya tiempo pero que trajeron a mi memoria los hechos, nunca antes mejor descritos que en esta cita.

 

"(...) No menciono todo esto con objeto de suscitar compasión. Nadie tiene por qué sentir lástima de mi, y nadie ha de justificar los errores que cometí en el periodo que siguió a esos acontecimientos. Soy un hombre, no un ángel, y si la punzada del dolor me nublaba de cuando en cuando la visión y me empujaba a ciertos extravíos, ello no debe en modo alguno arrojar dudas sobre la veracidad de mi historia. Para evitar que alguien intente desacreditarme señalando esa mancha en mi expediente, me adelantaré y por propia voluntad declararé abiertamente mis culpas ante el mundo. Vivimos en una época en la que impera la falsedad, y sé cuán fácilmente pueden tergiversarse las ideas por una simple palabra musitada en un oído predispuesto. Cuando se pone en entredicho la reputación de una persona, todo su comportamiento parecerá turbio, sospechoso, cargado de dobles intenciones. En mi propio caso, las flaquezas en cuestión eran producto del dolor, no de la malicia; de la confusión, no de la astucia(...)".

 

Paul Auster, "Viajes por el Scriptorium"